sábado, 10 de abril de 2010

Bicentenario: VICTORIA DEL BILLIKEN

Biblioteca

Si ves al futuro dile que no venga…”.
JUAN JOSE CASTELLI


            No sin pesar buena parte de los protagonistas de la generación de los sesenta y setenta (“liberación o dependencia”, “no pasarán”, “la imaginación al poder”) reconocen su desliz al predicar   la certeza de que el anhelo de una patria distinta y mejor era inexorable. Dicho en otras palabras: que la revolución constituía un hecho inevitable, como si concurriera una suerte de determinismo que así lo estableciera fuera de nuestra voluntad.
            Ahora, admiten que, para que se produzca un proceso insurreccional, resulta indispensable, además de las condiciones objetivas y subjetivas adecuadas, tener a mano teoría y prácticas revolucionarias y sustentarlas en el tiempo. Conclusión didáctica: para que el cambio se produzca hay que trabajar por ello. En todo caso porque la contrarrevolución es preexistente y, desde el fondo de la historia a nuestros días, cuenta con aportaciones teóricas primordiales.
            Los jacobinos de mayo lo sabían. Por la tarde se internaban en Rousseau y por las noches repasaban al conde de Maistre.
            Por aquí persisten los epígonos de Fukuyama dictando cátedra.
            La desaparición física, del escenario emancipador, de Mariano Moreno, el acoso a Castelli y Belgrano constituyeron, si no los únicos, al menos algunos de los elementos cardinales para que a partir de enero de 1811 lo que fuera revolución trocara en derrota. Primero Saavedra, luego Rivadavia y Mitre se encargarán de que así sea. Y las corporaciones, claro. La práctica esterilizadora vino a completar, con otros procedimientos, la prédica y acción de Liniers y los integrantes de CLAMOR.
            Dos bandos en pugna, caso tres…
            Osvaldo Soriano, en una línea de “Sin paraguas ni escarapelas” lo sintetiza de manera incomparable: “uno quiere la independencia; otro, la revolución”.
            Tal vez porque existe una simetría entre el momento político y la remembranza. Acaso porque el apotegma de los maestros es irrefutable e irreversible “quien controla el presente controla el pasado”, los fastos de esta década son más previsibles que nunca.
            El bicentenario ya tiene dueño: el reformismo.
Las compulsiones del calendario nos conducen a extremar durante todo el año la evocación del período que la historia oficial, asumida como legítima por la sociedad toda, define como “la revolución de mayo”. Quienes controlan el presente, empero, se están ocupando –las evidencias se registran cotidianamente en la crónica diaria- de mantener la caracterización del período pero al mismo tiempo lavar su contenido.
De tal manera Moreno será recordado por su fogosidad pero no por ser el que dará forma a esa portentosa herramienta teórica y práctica cuyo esbozo pusiera en sus manos Manuel Belgrano: el Plan de Operaciones.
            Castelli perseverará como el orador de la revolución. La alusión no se extenderá empero las acciones que lo elevaron a la categoría de enemigo público por parte de la Iglesia.
            French estará presente como   lo que la historia oficial lo condenó a ser: repartidor de cintas y no el chispero que no vaciló en Cabeza de Tigre; mientras que a Monteagudo le escamotearán su enorme, indispensable y actual reflexión de Mártir o Libre para confinarlo como secretario de San Martín.
¿Vieytes?, una calle.
¿Rodríguez Peña?, un tango…
            Al establishment  le conviene que sea así. Si lo que se caracteriza como revolución es, en realidad, la  sublimación  de lo que vino luego de enero de 1811, … si el repaso de la historia se agota en Billiken la proyección de lo acontecido, entonces,  no distará  mucho de lo que en la actualidad se dice y se practica. El silogismo  es simple, de esta manera  todos se convierten en revolucionarios.
            En el bicentenario está, entonces, predeterminada la disyuntiva de la opción. Y en estas coordenadas la puesta en escena otorgará el protagónico a Mariano Moreno pero el guión será el de Cornelio Saavedra.
            No existen titubeos en consentir que es posible vencer a la rebelión. Los manuales de historia abundan en registros que así lo indican. Quizás como consuelo, reconforte saber que lo que es imposible de dominar es la utopía revolucionaria, en tanto y cuanto ella pertenece al universo de la imaginación colectiva. Sólo si los pueblos se resignan a no soñar, entonces sí, todo estará perdido *.
            Moreno lo dijo de manera magistral: “Si los pueblos no se ilustran, si no se vulgarizan sus derechos, si cada uno no conoce lo que vale, lo que puede y lo que sabe, nuevas ilusiones sucederán a las antiguas y después de vacilar algún tiempo entre mil incertidumbres, ser tal vez nuestra suerte mudar de tiranos sin destruir jamás la tiranía”.

Juan Carlos Pumilla
Abril de 2010

* Y siempre la omisión de Manuel Dorrego, ignorado por historiadores de todos los vértices, fusilado por el unitario Juan Lavalle siguiendo órdenes espurias. (nota del editor)

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