domingo, 28 de febrero de 2010

Amelia Arellano - CHILE LLORA (27 de febrero de 2010)





Amelia Arellano - CHILE LLORA (27 de febrero de 2010)

Una columna ciega de ceniza se tambaleaba en medio de la noche.
Yo te pregunto: he muerto? Dame la mano en esta ruptura del planeta
mientras la cicatriz del cielo morado, se hace estrella”
 PABLO NERUDA

Chile  me mira con sus ojos profundos y llora.
Con su mirada tierna de araucaria, de cactus, de gaviota.
Y llora, otra vez, llora.
No te vaya tan lejos, poeta a buscar el llanto.
Está aquí. Rojo llanto de ceniza y lodo.
Llora Santiago a los pies del Huelén.
Llora Michimalonco, Lautaro, Caupolicán.
Gabriela, Allende, Neftalí.
Valdivia se revuelca en su propio espanto
La tierra clama y estalla y detona su furia.
Huyen los obreros, los mineros, los niños.
Pálidas mujeres de rostros macilentos.
El guanaco y el puma. La alpaca y la vicuña.
Huye el verano y su violento olor a primavera.
Es reemplazado por el olor de muerte.
Las voces del Arauco son un grito de piedra.
Los Andes. Magníficos. Soberbios.  Se desgajan.
El cobre es una antorcha ciega.
La luna un temporal de sangre.
Vuelve el caballo desbocado del miedo.
Desafila la espada del relincho.
Corta las riendas, abre catacumbas.
Se levantan y caen, mapuches y pehuenches.
Hay una congoja de adobe que estremece
En medio del Desierto, María Elena, cubre sus llagas con salitre.
Chile me mira. Y me nombra y te nombra...y espera.
Amor, hermano, polen americano. Ave Fénix.
Sube tu sol por mi garganta, rasgúñame en el pecho...
Y lloremos hermano. No ha de ser el primero.
Tampoco él último lloro... ni el último, apasionado, canto.

AMELIA ARELLANO -SAN LUIS-ARGENTINA

HISTORIA: LOS IDUS DE JUNIO A SETIEMBRE DE 1955



HISTORIA: LOS IDUS DE JUNIO A SETIEMBRE DE 1955

La mañana del 16 de junio de 1955 fue el bautismo de fuego de los aviones de la aeronáutica contra el pueblo, aunque lo quieran negar. Operaron esos aviones aviadores argentinos, arrojando nueve toneladas y media de explosivos, según algunas fuentes, otras, catorce toneladas sobre la población civil inerme. Fijaron sus objetivos de ataque en los puntos del centro neurálgico de la Plaza de Mayo, la casa de gobierno, donde lanzaron sus bolas de fuego y muerte contra los trolebuses repletos de pasajeros, en su mayoría trabajadores que se desplazaban hacia sus tareas, o bien transeúntes distraídos que recorrían ese lugar histórico, mientras se escondían como podían ante la sorpresiva y violenta lluvia de bombas y metrallas. Eran aviones de la Fuerza Área y de la Marina de Guerra Argentina que actuaron con los mismos objetivos y la misma saña criminal.
Aquel 16 de junio, el capitán de fragata Néstor Noriega, de 39 años de edad, esperaba que el cielo se despejara, la escuadrilla formaba escalonada hacia arriba. A las 12,40 Noriega al mando de su Beechcraft descarga una bomba de 100 kilos que cae sobre la sede presidencial; a continuación los North American al mando del capitán de corbeta Santiago Sabarots descargan bombas de 50 kilos cada uno. La Plaza de Mayo era un incendio, quienes salían de las bocas del subte se encentraron con la nube de pólvora, los aviones rasantes sobre el casco porteño, la gritería, la desesperación, la gente intentando esconderse como podía, heridos, muertos, mutilados, así comienza la masacre del 16 de junio. En el trabajo por recuperar históricamente aquella masacre, realizado por Gonzalo Cháves, titulado la Masacre de Plaza de Mayo, pasa revista a los nombres de muertos y heridos, lugares donde fueron alojados y la cantidad de muertos NN que aparecen en el listado : Me sorprendió descubrir entre los protagonistas de la masacre del 16 de junio de 1955 a hombres y nombres que participaron en el golpe del 24 de marzo de 1976, como los dos secretarios del ministro de Marina Olivieri, que fueron Emilio Eduardo Massera y Horacio Mayorga, dos marinos importantes en el último golpe de Estado. Ellos estuvieron al tanto de lo que iba a pasar y no detuvieron la acción militar contra los civiles. El ministro Olivieri dio parte de enfermo y sólo regresó al despacho dos días más tarde del 16 de junio. Lo mismo hicieron “Emilio Eduardo Massera y Horacio Mayorga, sus jóvenes ayudantes”. De esa investigación se desprende que estuvieron involucrados activos participantes de la última dictadura militar como son: Carlos Suárez Mason y Osvaldo Cacciatore, intendente porteño durante la dictadura, el de las famosas autopistas, que integraba la escuadrilla de la aeronáutica que bombardeó la Plaza de Mayo. Otro de los personajes que estuvo en el bombardeo fue el hermano de Massera, Carlos Massera como piloto de la marina.
Hay un testigo incomparable, el camarógrafo de Sucesos Argentinos, Carlos de la Fuente, víctima del bombardeo, que a pesar de estar herido, no perdió la conciencia, llegó a contabilizar "pilas de muertos detrás de la Casa Rosada", con una etiqueta atada con un hilo en el dedo gordo del pie con los datos de cada una de las victimas. Dice lacónicamente: todo fue un pandemonium.
La masacre de junio de 1955 costó la vida aproximadamente a 350 ciudadanos, otras fuentes más precisas sostienen 367, y a más de dos millares de heridos, sin contar las profundas secuelas de terror que se instaló en gran parte de la población que vivió, asistió y sufrió aquellos bombardeos encabezados por los aviones de la marina y Aeronáutica, acción indud
ablemente repudiable.

¡¡ATENCIÓN: EL 24 DE MARZO NO FUE INICIO SINO CONTINUACIÓN del terrorismo de estado!!

ARIEL DORFMAN: Narrando contra la muerte



Astiz el asesino: Todavía está con vida...
Hoy cierra el mes de febrero... Y mañana, simbólicamente, comienzan los Idus de Marzo, una caracterización salida de mi pluma para señalar la continuidad del proceso criminal que  dio la pauta del terrorismo de estado. Intereses poco claros, espurios diría, signaron los pavorosos derramamientos de sangre que, aunque algo arbitraria, se reiniciaron el 16 de junio de 1955 con los bombardeos de los aviones cobardes de la marina sobre la Plaza de Mayo. Luego, una larga lista de crímenes jalonaron al siglo XX de la Argentina. Desde el fusilamiento del Gral. Valle y sus camaradas, los crímenes en el basural de Justo León Suárez en junio de 1956, el plan conintes en 1960, la asonada de Onganía en 1966, los fusilamientos de Trelew el 22 de agosto de 1972, los crímenes de Osinde y su pandilla asesina en Ezeiza el día del regreso de Perón, el derrocamiento del presidente Héctor Cámpora envuelto en la manta sucia del "renunciamiento del Tío!" en 1973, el inicio del terrorismo de estado de la Triple A dirigido por el cabo López y consentido por Isabel Perón, auspiciado por la plana mayor de las ff.aa. que, finalmente, resolvieron tomar las riendas del proceso el 24 de marzo de 1976.
Una injustificada y a-histórica "variación" de los hechos pasa de largo por los crímenes del "brujo" y sus adláteres. No voy a sumarme a esa interesada  y deformante interpretación de los sucesos cargando toda la culpa y responsabilidad sobre los militares del proceso. La realidad fue otra, los culpables muchos más (por ejemplo el mafioso Eduardo Duhalde, que en el 2001 mandó reprimir a los trabajadores en la estación Avellaneda del Roca).
Por lo tanto, afirmo que los Idus de Marzo es una definición simbólica de medio siglo caracterizado por los crímenes perpetrados por el terrorismo de estado, desde Aramburu y Rojas en 1955, hasta los asesinatos de Santillán y Kostecki en 2001. "la peste viene desde el 16 de junio de 1955". Publicaremos notas a todo lo largo del mes de marzo. Andrés Aldao

ARIEL DORFMAN:  Narrando contra la muerte

Fue a fines de diciembre de 1973, en la sala de redacción del diario La Opinión, que me encontré por primera vez con Tomás Eloy Martínez.
Eran tiempos nefastos. Yo acababa de llegar de un Chile que le había prometido al mundo la revolución de Allende y nos había dado, en cambio, la asonada de Pinochet, y creo que se me notaba las muchas y recientes muertes, y Tomás lo entendió enseguida y me ofreció también de inmediato su cariño.
"Cualquier cosa que necesites", me dijo, y hallé en él una generosidad que nunca cesó hasta el día de su propia muerte. Me armaba reuniones en su casa con corresponsales holandeses y curas revolucionarios y montoneros esquivos y siempre bien regadas con vino y pasta y carnes.
Aunque era la urgencia del momento político lo que nos unía en esas conspiraciones -llegaban noticias todos los días de más represión en Chile y cada día también era más inquietante la evolución de una Argentina en que Perón viraba drásticamente hacia la derecha- se nos fue infiltrando la literatura en las conversaciones, en especial la extraña relación que guarda la ficción con la realidad en nuestra América, la fluida tensión entre lo testimonial/periodístico y la forma en que la imaginación está obligada a tejer un escenario paralelo. Me dio a leer en manuscrito La Pasión según Trelew, y me pareció una novela más que reportaje, y él me confidenció que la gran novela argentina tendría que construirse en torno al enigma de Perón. Él tenía un proyecto sobre el General y, claro, Evita, y ahí supe de las memorias que Perón le había dictado a Tomás en Madrid, y como tantas veces cuando contaba algo (y vaya que era narrador empedernido) no sabía yo si era cierto o no, si lo estaba inventando o si en efecto había sucedido.
Lo que no era un invento, en cambio, era el peligro que se cernía sobre la Argentina en que tanto Tomás como yo habíamos nacido. Yo estaba desesperado por irme, veía la catástrofe que estaba por caer sobre Tomás y sus congéneres.
"Tienes que partir lo antes posible", le dije una noche, antes de que yo mismo huyera. "Los van a matar a todos". Tomás me aseguró que estaba equivocado: Argentina no era como Chile.
No lo volvería a ver hasta 1978 cuando visité Caracas, donde él había buscado, finalmente, refugio. Y ahí conversamos acerca de la maldición eterna que parecía rondar a nuestro continente y cómo nuestra literatura tenía que acompañar, desde sus preguntas y dudas y feroz ensueño, cualquier proceso de liberación. Si no podíamos evitar la violencia sobrecogedora, era posible, por lo menos, exorcizarla por medio de palabras que no mintieran, podíamos traer a la literatura a los grandes excluidos de la historia a través de sus mitos.
Con eso me quiero quedar.
Con su empecinada exigencia de doblegar la realidad y construir delirios y engañar el destino precario, el suyo y el de su país y el de su continente. Contra y adentro del lugar común que es la muerte. Su certeza de que si algo no se cuenta no perdura, no vale la pena que exista.

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sábado, 27 de febrero de 2010

María Verónica Mandrini y Marita Ragozza: AGONÍA





“ Esos encapuchados de un mundo viejo . . .”
LUIS ALBERTO SPINETTA

Rechaza la tristeza porque la deja sin fuerzas. Debe seguir creyendo de alguna  manera porque si las cosas no están saliendo bien y se abandona, el abatimiento será un fuego que dormite y estalle hasta devorarla.

La custodian. La actitud no presagia nada bueno. Es como el mal fruto escondido en una flor desmayada.
Escucha pisadas fuertes, ecos de voces fantasmagóricas . . .

Le acercan comida. Si eso se puede llamar comida: un pedazo de pan con un líquido turbio y un vaso de agua, lo suficiente para no perder el sentido.

 - Nombres, lugares, operativos, gente influyente que apoya . . .
Otra ronda con la misma cantinela:
- Nombres, lugares, operativos, gente influyente que apoya . . .

Está atada a una silla y luego la acuestan sobre un duro elástico de alambre.
Le parece que han pasado dos días desde que la arrebataron luego de una reunión con amigos de la Facultad que deseaban un país mejor. Y por eso – honestos e idealistas - salían a visitar a la gente humilde de los barrios y villas  para enseñarles a leer y escribir, a compartir, a hacerles conocer sus derechos, hacerles comprender que la justiCIA, la libertad y el saber no son sueños, sino derechos.

Se da cuenta del tiempo que transcurre por los juegos de claridad y sombra que le llegan a través de una claraboya en el techo.

Ningún rostro, todos tapados ¿qué hacer? Un relámpago atraviesa su corazón joven  y nuevo de apenas veinte años de edad. Quiere esconder su llanto, que no la escuchen.

Los torrentes de iniquidad están en un tiempo presente.

- Mañana, nena, es el último día, si no te decides a cantar, preocúpate.

Dentro de su candor la angustia le hace traer a su mente unas vacaciones junto al mar, la torta de miel que hace su mamá, la primera vez que recibió un beso de amor,  el olor de  colonia de su papá, sus amigos . . . también quiere oír un sonido familiar que la anime, como alguna música o un poema

Ya es el amanecer, entran, la llevan arrastrando por pasillos oscuros , hasta pasar a una habitación  . . . y , de repente . . .  escucha en su interior la canción del Flaco Spinetta y se la tararea a sí misma. . .   “Bien, el árbol es la verdad / descansa por tu cuerpo / cierra ya los ojos.. . “

Así amengúa el miedo.

No sabe que de esa habitación no saldrá con vida.  ■

: María Verónica Mandrini y Marita Ragozza

Ester Mann - NEGRO Y ROJO- febrero 2010 –




Del equilibrio existencial al caos pasional “muerte vívida”

Ester Mann - NEGRO Y ROJO- 

La desgracia es como un león hambriento que espera su presa, tranquilo espera…

La adversidad se desliza en silencio como un tigre, busca su víctima, la desprevenida, la débil, la que no recela del futuro…

La felicidad es como una frágil copa de cristal cuando un único rayo de luz refleja un diamante en su superficie.

La desventura es como una hiena dispuesta a disfrutar de los despojos de una vida relamiéndose los belfos.

La desdicha, como una mina enterrada en un lugar por donde casi nunca pasa nadie, aguarda al único a quien está destinada.

La dicha es como una cascada oculta en el rincón más profundo del desierto, y cuando la distinguimos es como si vislumbráramos otra dimensión.

Como un buitre que sólo con su presencia acelera nuestro fin. Como una urraca... la desgracia recoge esos pequeños minutos brillantes de felicidad que fuimos acumulando a través de los años.

Tal como un calidoscopio roto, las piezas saltan y parecen reacomodarse, pero el infortunio solo nos muestra pedacitos de vidrio dispersos y sin sentido.

El gozo es como un ocaso, cuando el último rayo de sol ilumina el rostro de nuestro hijo.

º º º º º º º º º º º º º º º º 

POESIA MÉJICO:

"Cotard"



MEJICO:  El poema que transcribimos a continuación, traducido al español de su primitiva lengua náhualt, pertenece a la época precolombina; esos tiempos en que los pueblos de América sentían y sufrían, a cada instante, el desgarro de perder la libertad, la identidad, la vida, las creencias, las riquezas, la esperanza toda.  Poema que habla de la finitud del hombre a través de una marejada angustiante de sensaciones perceptibles.  Susana Zazzetti.
 
        Me aflijo
 
Lloro, me aflijo,
sólo recuerdo que dejaremos
las bellas flores, los bellos cantos.
Ahora gocemos, cantemos
del todo nos vamos y desapareceremos en su casa.
¿Quién de vosotros, amigos, no lo sabe?
Mi corazón sufre, se irrita.
No dos veces se nace, no dos veces se es joven,
sólo una vez pasamos por la tierra,
que aún por berve tiempo estuviera con ellos.
¿Nunca será o nunca tendré alegría,
nunca estaré contento? ¿Dónde vivía mi corazón?
¿Dónde está mi casa, dónde mi hogar perdurable?
Aquí en la tierra solamente sufro.
Sufres, corazón mío,
no te angusties en la tierra.
Ese es mi destino, sábelo.
¿Dónde merecí yo nacer,
en la tierra engalamarme?
Grata cosa donde se vive,
sólo dice ésto mi corazón.  
 
     Anónimo
 
    corresponsal Susana Zazzetti.
 

O. Henry: / EL REGALO DE LOS REYES MAGOS

MUJER HINDÚ

O. Henry (William Sydney Porter) (North Carolina, 1862 - New York, 1910)
THE GIFT OF THE MAGI

Un dólar y ochenta y siete centavos.
Eso era todo. Y setenta centavos estaban en peniques. Peniques ahorrados, uno por uno, discutiendo con el almacenero y el verdulero y el carnicero hasta que las mejillas de uno se ponían rojas de vergüenza ante la silenciosa acusación de avaricia que implicaba un regateo tan obstinado. Delia los contó tres veces. Un dólar y ochenta y siete centavos. Y al día siguiente era Navidad.
Evidentemente no había nada que hacer fuera de echarse al miserable lecho y llorar. Y Delia lo hizo. Lo que conduce a la reflexión moral de que la vida se compone de sollozos, lloriqueos y sonrisas, con predominio de los lloriqueos.
Mientras la dueña de casa se va calmando, pasando de la primera a la segunda etapa, echemos una mirada a su hogar, uno de esos departamentos de ocho dólares a la semana. No era exactamente un lugar para alojar mendigos, pero ciertamente la policía lo habría descrito como tal.
Abajo, en la entrada, había un buzón al cual no llegaba carta alguna, Y un timbre eléctrico al cual no se acercaría jamás un dedo mortal. También pertenecía al departamento una tarjeta con el nombre de "Mr. James Dillingham Young".
La palabra "Dillingham" había llegado hasta allí volando en la brisa de un anterior período de prosperidad de su dueño, cuando ganaba treinta dólares semanales. Pero ahora que sus entradas habían bajado a veinte dólares, las letras de "Dillingham" se veían borrosas, como si estuvieran pensando seriamente en reducirse a una modesta y humilde "D". Pero cuando Mr. James Dillingham Young llegaba a su casa y subía a su departamento, le decían "Jim" y era cariñosamente abrazado por la señora Delia Dillingham Young, a quien hemos presentado al lector como Delia. Todo lo cual está muy bien.
Delia dejó de llorar y se empolvó las mejillas con el cisne de plumas. Se quedó de pie junto a la ventana y miró hacia afuera, apenada, y vio un gato gris que caminaba sobre una verja gris en un patio gris. Al día siguiente era Navidad y ella tenía solamente un dólar y ochenta y siete centavos para comprar un regalo a Jim. Había estado ahorrando cada penique, mes a mes, y éste era el resultado. Con veinte dólares a la semana no se va muy lejos. Los gastos habían sido mayores de lo que había calculado. Siempre lo eran. Sólo un dólar con ochenta y siete centavos para comprar un regalo a Jim. Su Jim. Había pasado muchas horas felices imaginando algo bonito para él. Algo fino y especial y de calidad -algo que tuviera justamente ese mínimo de condiciones para que fuera digno de pertenecer a Jim. Entre las ventanas de la habitación había un espejo de cuerpo entero. Quizás alguna vez hayan visto ustedes un espejo de cuerpo entero en un departamento de ocho dólares. Una persona muy delgada y ágil podría, al mirarse en él, tener su imagen rápida y en franjas longitudinales. Como Delia era esbelta, lo hacía con absoluto dominio técnico. De repente se alejó de la ventana y se paró ante el espejo. Sus ojos brillaban intensamente, pero su rostro perdió su color antes de veinte segundos. Soltó con urgencia sus cabellera y la dejó caer cuan larga era.
Los Dillingham eran dueños de dos cosas que les provocaban un inmenso orgullo. Una era el reloj de oro que había sido del padre de Jim y antes de su abuelo. La otra era la cabellera de Delia. Si la Reina de Saba hubiera vivido en el departamento frente al suyo, algún día Delia habría dejado colgar su cabellera fuera de la ventana nada más que para demostrar su desprecio por las joyas y los regalos de Su Majestad. Si el rey Salomón hubiera sido el portero, con todos sus tesoros apilados en el sótano, Jim hubiera sacado su reloj cada vez que hubiera pasado delante de él nada más que para verlo mesándose su barba de envidia.
Delia se levantó nerviosamente y se acercó a él.
-Jim, querido -le gritó- no me mires así. Me corté el pelo y lo vendí porque no podía pasar la Navidad sin hacerte un regalo. Crecerá de nuevo ¿no te importa, verdad? No podía dejar de hacerlo. Mi pelo crece rápidamente. Dime "Feliz Navidad" y seamos felices. ¡No te imaginas qué regalo, qué regalo tan lindo te tengo!
-¿Te cortaste el pelo? -preguntó Jim, con gran trabajo, como si no pudiera darse cuenta de un hecho tan evidente aunque hiciera un enorme esfuerzo mental.
-Me lo corté y lo vendí -dijo Delia-. De todos modos te gusto lo mismo, ¿no es cierto? Sigo siendo la misma aún sin mi pelo, ¿no es así?
Jim pasó su mirada por la habitación con curiosidad.
-¿Dices que tu pelo ha desaparecido? -dijo con aire casi idiota.
-Se está viendo -dijo Delia-. Lo vendí, ya te lo dije, lo vendí, eso es todo. Es Noche Buena, muchacho. Lo hice por ti, perdóname. Quizás alguien podría haber contado mi pelo, uno por uno -continuó con una súbita y seria dulzura-, pero nadie podría haber contado mi amor por ti. ¿Pongo la carne al fuego? -preguntó.
Pasada la primera sorpresa, Jim pareció despertar rápidamente. Abrazó a Delia. Durante diez segundos miremos con discreción en otra dirección, hacia algún objeto sin importancia. Ocho dólares a la semana o un millón en un año, ¿cuál es la diferencia? Un matemático o algún hombre sabio podrían darnos una respuesta equivocada. Los Reyes Magos trajeron al Niño regalos de gran valor, pero aquél no estaba entre ellos. Este oscuro acertijo será explicado más adelante.
Jim sacó un paquete del bolsillo de su abrigo y lo puso sobre la mesa.
-No te equivoques conmigo, Delia -dijo-. Ningún corte de pelo, o su lavado o un peinado especial, harían que yo quisiera menos a mi mujercita. Pero si abres ese paquete verás por qué me has provocado tal desconcierto en un primer momento.
Los blancos y ágiles dedos de Delia retiraron el papel y la cinta. Y entonces se escuchó un jubiloso grito de éxtasis; y después, ¡ay!, un rápido y femenino cambio hacia un histérico raudal de lágrimas y de gemidos, lo que requirió el inmediato despliegue de todos los poderes de consuelo del señor del departamento.
Porque allí estaban las peinetas -el juego completo de peinetas, una al lado de otra- que Delia había estado admirando durante mucho tiempo en una vitrina de Broadway. Eran unas peinetas muy hermosas, de carey auténtico, con sus bordes adornados con joyas y justamente del color para lucir en la bella cabellera ahora desaparecida. Eran peinetas muy caras, ella lo sabía, y su corazón simplemente había suspirado por ellas y las había anhelado sin la menor esperanza de poseerlas algún día. Y ahora eran suyas, pero las trenzas destinadas a ser adornadas con esos codiciados adornos habían desaparecido.
Pero Delia las oprimió contra su pecho y, finalmente, fue capaz de mirarlas con ojos húmedos y con una débil sonrisa, y dijo:
-¡Mi pelo crecerá muy rápido, Jim!
Y enseguida dio un salto como un gatito chamuscado y gritó:
-¡Oh, oh!
Jim no había visto aún su hermoso regalo. Delia lo mostró con vehemencia en la abierta palma de su mano. El precioso y opaco metal pareció brillar con la luz del brillante y ardiente espíritu de Delia.
-¿Verdad que es maravillosa, Jim? Recorrí la ciudad entera para encontrarla. Ahora podrás mirar la hora cien veces al día si se te antoja. Dame tu reloj. Quiero ver cómo se ve con ella puesta.
En vez de obedecer, Jim se dejo caer en el sofá, cruzó sus manos debajo de su nuca y sonrió.
-Delia -le dijo- olvidémonos de nuestros regalos de Navidad. Son demasiado hermosos para usarlos en este momento. Vendí mi reloj para comprarte las
peinetas. Y ahora pon la carne al fuego.
Los Reyes Magos, como ustedes seguramente saben, eran muy sabios -maravillosamente sabios- y llevaron regalos al Niño en el Pesebre. Ellos fueron los que inventaron los regalos de Navidad. Como eran sabios, no hay duda que también sus regalos lo eran, con la ventaja suplementaria, además, de poder ser cambiados en caso de estar repetidos. Y aquí les he contado, en forma muy torpe, la sencilla historia de dos jóvenes atolondrados que vivían en un departamento y que insensatamente sacrificaron el uno al otro los más ricos tesoros que tenían en su casa. Pero, para terminar, digamos a los sabios de hoy en día que, de todos los que hacen regalos, ellos fueron los más sabios. De todos los que dan y reciben regalos, los más sabios son los seres como Jim y Delia. Ellos son los verdaderos Reyes Magos.
 

Pedro Juan Soto (Puerto Rico: 1928-2002) - Campeones

Figura de hombre


 Campeones

El taco hizo un último vaivén sobre el paño verde, picó al mingo y lo restalló contra la bola quince. Las manos rollizas, cetrinas, permanecieron quietas hasta que la bola hizo "clop" en la tronera y luego alzaron el taco hasta situarlo diagonalmente frente al rostro ácnido y fatuo: el ricito envaselinado estaba ordenadamente caído sobre la frente, la oreja atrapillaba el cigarrillo, la mirada era oblicua y burlona, y la pelusilla del bigote había sido acentuada a lápiz.
-¿Qui'ubo, men? -dijo la voz aguda-. Ése sí fue un tiro de campión, ¿eh?
Se echó a reír, entonces.
Su cuerpo chaparro, grasiento, se volvió una mota alegremente tembluzca dentro de los ceñidos mahones y la camiseta sudada.
Contemplaba a Gavilán -los ojos, demasiado vivos, no parecían tan vivos ya; la barba, de tres días, pretendía enmarañar el malhumor del rostro y no lo lograba; el cigarrillo, cenizoso, mantenía cerrados los labios, detrás de los cuales nadaban las palabrotas- y disfrutaba de la hazaña perpetrada.
Le había ganado dos mesas corridas. Cierto que Gavilán había estado seis meses en la cárcel, pero eso no importaba ahora. Lo que importaba era que había perdido dos mesas con él, a quien estas victorias colocaban en una posición privilegiada. Lo ponían sobre los demás, sobre los mejores jugadores del barrio y sobre los que le echaban en cara la inferioridad de sus dieciséis años -su "nenura"- en aquel ambiente. Nadie podría ahora despojarle de su lugar en Harlem. Era el nuevo, el sucesor de Gavilán y los demás individuos respetables. Era igual... No. Superior, por su juventud: tenía más tiempo y oportunidades para sobrepasar todas las hazañas de ellos.
Tenía ganas de salir a la calle y gritar: "¡Le gané dos mesas corridas a Gavilán! ¡Digan ahora! ¡Anden y digan ahora!" No lo hizo. Tan sólo entizó su taco y se dijo que no valía la pena. Hacía sol afuera, pero era sábado y los vecinos andarían por el mercado a esta hora de la mañana. No tendría más público que chiquillos mocosos y abuelas desinteresadas. Además, cierta humildad era buena característica de campeones.
Recogió la peseta que Gavilán tiraba sobre el paño y cambió una sonrisa ufana con el coime y los tres espectadores.
-Cobra lo tuyo -dijo al coime, deseando que algún espectador se moviera hacia las otras mesas para regar la noticia, para comentar cómo él, Puruco, aquel chiquillo demasiado gordo, el de la cara barrosa y la voz cómica, había puesto en ridículo al gran Gavilán. Pero, al parecer, estos tres esperaban otra prueba.
Guardó sus quince centavos y dijo a Gavilán, que se secaba su demasiado sudor de la cara:
-¡Vamos pa'la otra?
-Vamoh -dijo Gavilán, cogiendo de la taquera otro taco para entizarlo meticulosamente.
El coime desenganchó el triángulo e hizo la piña de la próxima tanda.
Rompió Puruco, dedicándose en seguida a silbar y a pasearse alrededor de la mesa elásticamente, casi en la punta de las tenis.
Gavilán se acercó al mingo con su pesadez característica y lo centró, pero no picó todavía. Simplemente alzó la cabeza, peludísima, dejando el cuerpo inclinado sobre el taco y el paño, para decir:
-Oye, déjame el pitito.
-Okey, men -dijo Puruco, y batuteó su taco hasta que oyó el tacazo de Gavilán y volvieron a correr y chasquear las bolas. Ninguna se entroneró.
-Ay, bendito -dijo Peruco-. Si lo tengo muerto a ehte hombre.
Picó hacia la uno, que se fue y dejó a la dos enfilada hacia la tronera izquierda. También la dos se fue. Él no podía dejar de sonreír hacia uno y otro rincón del salón. Parecía invitar a las arañas, a las moscas, a los boliteros dispersos entre la concurrencia de las demás mesas, a presenciar esto.
Estudió cuidadosamente la posición de cada bola. Quería ganar esta otra mesa también, aprovechar la reciente lectura del libro de Willie Hoppe y las prácticas de todos aquellos meses en que había recibido la burla de sus contrincantes. El año pasado no era más que una chata; ahora comenzaba la verdadera vida, la de campeón. Derrotado Gavilán, derrotaría a Mamerto y al Bimbo... "¡Ábranle paso a Puruco!", dirían los conocedores. Y él impresionaría a los dueños de billares, se haría de buenas conexiones. Sería guardaespaldas de algunos y amigo íntimo de otros. Tendría cigarrillos y cerveza gratis. Y mujeres, no chiquillas estúpidas que andaban siempre con miedo y que no iban más allá de algún apretujón en el cine. De ahí, a la fama: el macho del barrio, el individuo indispensable para cualquier asunto -la bolita, el tráfico de narcóticos, la hembra de Riverside Drive de paseo por el barrio, la pelea de esta pandilla con la otra para resolver "cosas de hombres".
Con un pujido, pifió la tres y maldijo. Gavilán estaba detrás de él cuando se dio vuelta.
-¡Cuidado con echarme fufú! -dijo, encrespándose.
Y Gavilán:
-Ay, deja eso.
-No; no me vengah con eso, men. A cuenta que estah perdiendo.
Gavilán no respondió. Centró al mingo a través del humo que le arrugaba las facciones y lo disparó para entronerar dos bolas en bandas contrarias.
-¿Lo ve? -dijo Puruco, y cruzó los dedos para salvaguardarse.
-¡Cállate la boca!
Gavilán tiró a banda, tratando de meter la cinco, pero falló. Puruco estudió la posición de su bola y se decidió por la tronera más lejana, pero más segura. Mientras centraba, se dio cuenta de que tendría que descruzar los dedos. Miró a Gavilán con suspicacia y cruzó las dos piernas para picar. Falló el tiro.
Cuando alzó la vista, Gavilán sonreía y se chupaba la encía superior para escupir su piorrea. Ya no dudó de que era víctima de un hechizo.
-No relajeh, men. Juega limpio.
Gavilán lo miró extrañado, pisando el cigarrillo distraídamente.
-¿Qué te pasa a ti?
-No -dijo Puruco-; que no sigah con ese bilongo.
-¡Adió! -rió Gavilán-. Si éhte cree en brujoh.
Llevó el taco atrás de su cintura, amagó una vez y entroneró fácilmente. Volvió a entronerar en la próxima. Y en la otra. Puruco se puso nervioso. O Gavilán estaba recobrando su destreza, o aquel bilongo le empujaba el taco. Si no sacaba más ventaja, Gavilán ganaría esta mesa. Entizó su taco, tocó madera tres veces y aguardó turno. Gavilán falló su quinto tiro. Entonces Puruco midió distancia. Picó, metiendo la ocho. Hizo una combinación para entronerar la once con la nueve. La nueve se fue luego. Caramboleó la doce a la tronera y falló luego la diez. Gavilán también la falló. Por fin logró Puruco meterla, pero para la trece casi rasga el paño. Sumó mentalmente. No le faltaban más que ocho tantos, de manera que podía calmarse.
Pasó el cigarrillo de la oreja a los labios. Cuando lo encendía, de espaldas a la mesa para que el abanico no apagara el fósforo, vio la sonrisa socarrona del coime. Se volvió rápidamente y cogió a Gavilán in fraganti: los pies levantados del piso, mientras el cuerpo se ladeaba sobre la banda para hacer fácil el tiro. Antes de que pudiera hablar, Gavilán había entronerado la bola.
-¡Oye, men!
-¿Qué pasa? -dijo Gavilán tranquilamente, ojeando el otro tiro.
-¡No me vengah con eso, chico! Así no me ganah.
Gavilán arqueó una ceja para mirarlo, y aguzó el hocico mordiendo el interior de la boca.
-¿Qué te duele? -dijo.
-No, que así no -abrió los brazos Puruco, casi dándole al coime con el taco. Tiró el cigarrillo violentamente y dijo a los espectadores-: Uhtedeh lo han vihto, ¿veldá?
-¿Vihto qué? -dijo, inmutable, Gavilán.
-Na, la puercá esa -chillaba Puruco-. ¿Tú te creh que yo soy bobo?
-Adioh, cará -rió Gavilán-. No me pretgunteh a mí, porque a lo mejol te lo digo.
Puruco dio con el taco sobre una banda de la mesa.
-A mí me tieneh que jugar limpio. No te conformah con hacerme cábala primero, sino que dehpueh te meteh hacer trampa.
-¿Quién hizo trampa? -dijo Gavilán. Dejó el taco sobre la mesa y se acercó, sonriendo, a Puruco-. ¿Tú diceh que yo soy tramposo?
-No -dijo Puruco, cambiando de tono, aniñando la voz, vacilando sobre sus pies-. Pero eh qui así no se debe jugar, men. Si ti han vihto.
 Gavilán se viró hacia los otros.
-¿Yo he hecho trampa?
Sólo el coime sacudió la cabeza. Los demás no dijeron nada, cambiaron de vista.
-Pero si ehtabah encaramao en la mesa, men -dijo Puruco.
Gavilán le empuñó la camiseta como sin querer, desnudándole la espalda fofa cuando lo atrajo hacia él.
-A mí nadie me llama tramposo.
En todas las otras mesas se había detenido el juego. Los demás observaban desde lejos. No se oía más que el zumbido del abanico y de las moscas, y la gritería de los chiquillos en la calle.
-¿Tú te creeh qui un pilemielda como tú me va llamar a mí tramposo? -dijo Gavilán, forzando sobre el pecho de Puruco el puño que desgarraba la camiseta-. Te dejo ganar doh mesitah pa que tengas de qué echártelah, y ya te creeh rey. Echa p'allá, infelih -dijo entre dientes-. Cuando crehcas noh vemo.
El empujón lanzó a Puruco contra la pared de yeso, donde su espalda se estrelló de plano. El estampido llenó de huecos el silencio. Alguien rió, jijeando. Alguien dijo: "Fanfarrón que es".
-Y lárgate di aquí anteh que te meta tremenda patá -dijo Gavilán.
-Okey, men -tartajeó Puruco, dejando caer el taco.
Salió sin atreverse a alzar la vista, oyendo de nuevo tacazos en las mesas, risitas. En la calle tuvo ganas de llorar, pero se resistió. Eso era de mujercitas. No le dolía el golpe recibido; más le dolía lo otro: aquel "cuando crehcas noh vemo". Él era un hombre ya. Si le golpeaban, si lo mataban, que lo hicieran olvidándose de sus dieciséis años. Era un hombre ya. Podía hacer daño, mucho daño, y también podía sobrevivir a él.
Cruzó a la otra acera pateando furiosamente una lata de cerveza, las manos pellizcando, desde dentro de los bolsillos, su cuerpo clavado a la cruz de la adolescencia.
Le había dejado ganar dos mesas, decía Gavilán. Embuste. Sabía que las perdería todas con él, de ahora en adelante, con el nuevo campeón. Por eso la brujería, por eso la trampa, por eso el golpe. Ah, pero aquellos tres individuos regarían la noticia de la caída de Gavilán. Después Mamerto y el Bimbo. Nadie podía detenerle ahora. El barrio, el mundo entero, iba a ser suyo.
Cuando el aro del barril se le enredó entre las piernas, lo pateó a un lado. Le dio un manotazo al chiquillo que venía a recogerlo.
-Cuidao, men, que te parto un ojo -dijo, iracundo.
Y siguió andando, sin preocuparse de la madre que le maldecía y corría hacia el chiquillo lloroso. Con los labios apretados, respiraba hondo. A su paso, veía caer serpentinas y llover vítores de las ventanas desiertas y cerradas.
Era un campeón. Iba alerta sólo al daño.  

Luis Raúl Calvo - POEMAS


PARADA EN LA ACERA DEL DARRO

Luis Raúl Calvo  - POEMAS

Crimen pasional en la calle Tres Arroyos

Son las dos de la madrugada de un lunes cualquiera
Hace treinta y dos años en la calle Tres Arroyos
un inesperado crimen nos recordaba que también
se mata por pasión.
Las crónicas oficiales sólo reseñaron
los celos enfermizos del autor de la tragedia
pero nada dijeron de la consternada Laura
la desdichada enfermera que aceptó consumar
aquel ritual con su despiadado amante.
¿Quién fue la víctima y quién el victimario
en la gélida noche del 4 de julio?
¿Qué se perdió en esa nocturna ceremonia
pactada de antemano?
Los cuerpos de ambos tomaron rumbos distintos
pero nada diferencia a una cárcel de un morgue.
Tal vez ella repose en paz junto a sus muertos
quizá él todavía continúe atormentado
por la traición de esos labios que tanto deseaba.
Debe ser verdad aquello de que el amor y la muerte
tienen un mismo destino

‘’’’’’’’’’’’’’’’’’’’’’’’’’’’’’’’’

Lo que no fue.

Ahora, que hemos descubierto
en palabras el origen del silencio,
nuestras almas permanecerán
quietas en el horizonte.
Ya no habrá lugar para la duda
ni miraremos con los mismos ojos
la eternidad de la luz.

El vacío cubrirá las anchas veredas
con su obscuro manto de junio
y dejaremos partir mansamente
las cenizas de aquello que no fue.

Acaso, por los fríos designios
de la razón, saludaremos su vertiginoso
paso hacia el abismo.

Sólo los ángeles nos salvan.

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Artesanía en Literatura Poética

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Los Grandes de la Literatura Rioplatense

Estas páginas están consagradas a los grandes creadores de la literatura rioplatense, a los hechos culturales emparentados con la literatura, y a Roberto Arlt y Juan Carlos Onetti en especial, dos mitos, dos gigantes. Es un modo de reverdecer y perpetuar a los escritores que dieron un particular brillo a las dos urbes del Río de la Plata, Buenos Aires y Montevideo.Y. asimismo, editaremos a otros escritores de Argentina y Uruguay que hacen a la historia literaria de las dos orillas.


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