viernes, 20 de mayo de 2011

ALEJANDRO BOVINO MACIEL



Escritor, médico psiquiatra egresado de la UBA, nació en Corrientes, vive en el barrio de Almagro, en Buenos Aires. Ha publicado recientemente: "Culpa de los muertos" (novela) Edit Rubeo, Barcelona, 2007. Mitaí cancionero (Servilibro, 2010) y "Cuentos en la guerra y en la paz", (Servilibro, 2011) Es director de la revista-libro semestral "Palabras Escritas"

 
ÁNIMAS EN LA LLUVIA

Estaba sentada mirando cómo el agua del estero subía y bajaba, pensaba para mis adentros, pensaba en esas tardes del verano, en esas tardes de un rebrillo amarillo resplandeciente hasta en las noches, en esas tardes con el camino reverberando, la arena traslúcida del calor, las pisadas que se perdían yéndose a otro sitio, huyendo de este pueblo polvoriento.
Entonces se apareció la pora blanca. Yo esperaba que las ánimas anduviesen de noche, ocultándose entre las sombras, arrastrando ese poco de vida que les quedaba, "esa maldición de no poder morir del todo ni poder vivir en la nada de quienes mueren en pecado" como decía el cura Aurelio. Yo esperaba eso. Pero la pora blanca apareció en pleno sol, entre el agua que parecía que bajaba y el agua que parecía que subía. No tuve miedo. Sabía que Lucía no me haría ninguna malicia, si estando viva era la pura bondad, ¿por qué la muerte que no hace nada, que no cambia a la gente ni siquiera en su último minuto, habría de enseñarle daños?
-Quiero que recen por mí, que recen de noche, escuché que dijo. Que de noche la pena de estar quieta bajo la tierra húmeda, esperando no sé qué, de noche es más aciago todo eso. De día están los ruidos, está la gente que pasa conversando, está la calentura del sol que recuerda todo lo de antes. Pero de noche solamente está el silencio, ni la oscuridad ni el apretujón de la tierra amontonándose sobre el cuerpo, ni la llovizna que se entromete escurriéndose en su viaje a lo hondo de la tierra, ni eso, Remigia, sentí que decía la voz de Lucía, en la brillantez no había cara, no habían esos ojos que yo extrañaba, no había nada más que el brillo feroz pero la voz se escuchaba tan nítida que parecía que me estaba hablando en el oído, como hacía cuando estábamos en la novena, en la capilla.
Le dije que llevé velas en el sitio donde encontraron el cuerpo, que llevé crisantemos para que en el camino, se pudiera olvidar de tanta tristeza y que estaba alisando las gramillas, poniendo el ramo de flores cuando pasó Gaspar Barrios a caballo, me miró y dijo:
-Ella está mejor ahí que aquí. Sería bueno que la dejaras en paz.
Y se alejó al galope, resonando el pastizal con golpes secos.

Cuando llueve todo se vuelve opaco, brumoso, y se levanta un vapor espeso que la gente dice que son las ánimas de los recién enterrados. Hay meses y meses en que no cae gota, todo se va secando, volviéndose amarillo, quebrándose en cada empuje del viento, y el corazón de los recién fallecidos late con desesperación para salir de lo profundo donde están, quieren salir de noche, cuando la luna ralea las sombras como si luchara con ellas para nunca vencer. Mancia me dijo: hay que apurarse, se hace tarde y el camino está oscuro.
-Todavía no recé.
Era ella misma, tenía un vestido blanco, no tenía esas ropas viejas que usaba cuando estaba viva. Mancia volvió a decirme: por favor, Remigia, ya se hace de noche.
El crepúsculo rojo se avejentaba en el cielo, iba tomando un color morado, oscuro, de rayones de sangre sobre el reflejo en el estero. Al pasar por la orilla, se escuchaba el batir del agua  gruñendo, era Lucía, era la misma voz, eran las mismas palabras, Mancia. Que no, que hay que apurarse porque oscurece, que te habrá parecido porque estás pensando en ella todo el día, que no hagas caso, que acá, en medio de este olvido, una se aferra a los recuerdos con uñas y dientes, una sabe que las despedidas son para siempre, no se vuelve a saber de nadie y en ese vacío sigue gobernando el olvido, o el recuerdo de lo perdido que es lo mismo.
Inútilmente reclamamos esa luz blanca de la aparición: no era más que una ilusión para mantener el recuerdo tibio, pero vienen esas aguas del estero, avanzan, se van, avanzan de nuevo, borran todo lo que nos quedaba de los demás.

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