viernes, 16 de diciembre de 2011

Marita Ragozza De Mandrini



el elefantito rosa



Hoy es sábado y Teresa termina las tareas domésticas, limpia los enseres y los guarda en su lugar, se quita el uniforme, se pone el jean (¡menos mal que se usan gastados!), y la campera polar con sus cientos de cambios en cuello y puños.
Sale caminando las cuarenta cuadras que le quedan de la casa de familia en que está empleada a su cuarto de pensión. Se acuesta vestida (¡hace frío ¡), cansada de cuerpo y ánimo.
Se queda mirando fijo el elefantito de cerámica color rosa que tiene sobre un estante, manteniendo con él una muda conversación, porque siente que se entienden en ese fatalismo de “ estar en el mundo”, o como se llame esta situación, en la que ambos viven con un peso, una carga . . . 
¿Quién hablo de la levedad del ser. . . o de existir?

En su soledad Teresa siente que sus destinos son parecidos. El elefantito, de un barro frío y sin forma, un alfarero le dió vida para ser arte o belleza, y ahora está confinado en una pobre habitación, con el único valor agregado de ella que lo aprecia según la medida de su desamparo.
Objeto material con esencia de “cosa“. ¡Qué sé yo  si tiene alma- se dice Teresa a sí misma -  o si es mi  imaginación y tan sólo se trata de una pieza más de una serie pre-establecida!

Ella busca su lugar soñado, está sola y no sacia sus diferentes clases de hambres. Es como un Sísifo urbano que reanuda todas las mañanas el esfuerzo de rodar la piedra de la vida cuesta arriba en la montaña de esa ciudad a la cual ha llegado.

La infancia de Teresa había sido silenciosa y bastante triste en un pueblo chico de una provincia del Norte Argentino, dentro de una familia pobre de once hermanos. La radio y las revistas le mostraron otros ambientes, otros mundos y,  sobre todo que eran posibles.
Así fue que se forjó la meta  dorada de salir de su casa y viajar a Buenos Aires. Un día, habiendo logrado reunir cierta cantidad de dinero, con la vieja maleta de la abuela que la despidió llorando, además de una carta de recomendación de unos ganaderos del lugar, tomó el tren, y luego de varios trasbordos llegó.

Ya hace  tres años y su vida sigue igual: limpiar la suciedad de otros, reflejarse en brillos ajenos, y volver sola y cansada a su opaco cuarto de pensión. Mira al elefantito, el único que siempre la ha acompañado, y en la concepción  animista que aprendió en su infancia, está segura que en su silencio ha encontrado más comprensión que en cualquier otro ser humano.
Muy en el fondo, Teresa reconoce que Gabriel, el hijo de su empleadora, ha constituido  un factor fundamental en su estancamiento. Pero se siente  atada, no se decide, como “engualichada “, dirían los de su pueblo.
Su pelo, su olor fino, sus manos delicadas, su porte, su caminar, el único  que le preguntó:
- Teresa ¿nadie te dijo que tienes las pupilas del color de la miel?

Se queda dormida despertándose helada en la madrugada. No se acuerda que es domingo, el peor de los días. Toma una taza de leche con pan calentado al horno, se vuelve a dormir, se da una ducha rápida y bastante tibia, y a la tarde sale a caminar.
Martín, el quiosquero del barrio, por unas monedas, le vende números atrasados de revistas.
Con ellas y varios mates amargos, se arropa y se acuesta otra vez. Son las 12.30 pm y se despierta. Ya ha dormido cuatro horas. Cuando se habitúa  a la penumbra mira al elefantito y entabla ese diálogo sin palabras:
“Gabriel vendrá, no vendrá, vendrá, no vendrá. . . “

Es parecido a contar ovejas para llamar al sueño, aunque sabe que noche de domingo es más difícil, pero, sin embargo. . . sí, escucha pasos, increíble , pero no está soñando, oye los movimientos habituales que tiene para entrar y, entonces , impulsivamente se levanta, se viste y como iluminada mira al elefantito y pacta complicidad con él.

Llega Gabriel. Teresa lo abraza más fuerte que nunca, intercambian una taza de té, y mediando pocas y espaciosas palabras, Gabriel se acuesta en la cama.
Teresa antes de acurrucarse a su lado, rápidamente  abre todas las llaves de gas de la desvencijada cocina que tiene en su cuarto y se asegura que estén  bien cerradas la puerta, ventana y persiana.

¡Noche de domingo, noche impredecible, noche de amor, noche de compañía para siempre!
Antes de sumirse ambos en la inconsciencia no retornable, Teresa mira por última vez al elefantito rosa.

Marita Ragozza De Mandrini

3 comentarios:

  1. Muy tierno Marita querida .
    A Teresa seguramente le dijeron que Dios atiende en Bs As ...pero a determinada gente.
    Que bueno que haya muchos Gabrieles en la vida de Teresas.
    Un abrazo.
    amelia

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  2. El desamparo de las ilusiones hechas añicos compartidas con el alma de un objeto testigo mudo del drama. La narración tiene una cadencia cuasi poética, una perla más enhebrada en la obra de la autora, mis respetos, Carlos Arturo Trinelli

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  3. ESTIMADA MARITA, ESE ELEFANTITO ROSA, SOSTENIENDO, ACOMPAÑANDO Y GABRIEL, REAL? IMAGINADO POR TERESA? EN CUALQUIER CASO, LA SOLEDAD PUEDE MÁS, LA PÉRDIDA DEL TERRUÑO Y LOS AFECTOS, TAN ACOSTUMBRADOS ESTAMOS A LAS MIGRACIONES INTERNAS Y LAS EXTERNAS, A LOS PARTIRES Y LOS REGRESOS. DE UNA MANERA DIFERENTE Y CON Y BRUTAL LENGUAJE, A VECES EXAGERADO A MI ENTENDER, WASHINGTON CUCURTO O SEBASTIÁN VEGA PLANTEA EN UNO DE SUS POEMAS EN EL POEMARIO '' ZELARRAYAN ''ESTE TEMA DE LAS MIGRACIONES INTERNAS, EL MALTRATO, LA DESESPERANZA.
    MUY BIEN LLEVADO EL RELATO, Y EFECTIVAMENTE POETICO COMO COMENTA CARLOS TRINELLI, SOLO QUE ME QUEDÉ CON DUDAS, GABRIEL EXISTIÓ? TE MANDO UN ABRAZO FUERTE Y EL DESEO DE UN FELIZ Y SANO COMIENZO DE AÑO. MARTA.

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