domingo, 13 de mayo de 2012

Andrés Aldao



Andrés Aldao

Luisa está en Canadá

La Señora Iris, el Perro y el Viento que da la Vuelta (la pesadilla del exilio)
                                                            
                                                         «Parece que es la muerte
                                                                                                                                 aunque sólo parezca»
                                                                                 
                                                        Difusas Garrapatas
Ernesto  Bavio                 


No llama la atención. Es como una sombra. O un pétalo que navega sin rumbo. Esa mañana le dijo Luisa: Me voy a Canadá. Parto el martes; aquí no se puede vivir. Lo sabía; escuchó a Luisa contárselo a las amigas. ¿Un rumor tonto, o una noticia bastarda de la tele? Piensa.
 ¿Quién es la Señora Iris?? ¿la madre? Y bueno, hay coincidencias peores. Despecho; o dolor circular… gira gira y retorna al punto de partida. Agarra la correa de cuero. Hermosa correa de cuero, prestigio de otros tiempos.
¿Hubo otros tiempos? ¿Otros espacios?
Sí. Distintos. No tan solitarios. El pichicho mete la cabeza en el aro. Magia y fidelidad. El perro la tironea; se le ocurre que está desvanecida. Y él, temeroso, sacudiéndola, trata de devolverla al mundo éste. ¿Luisa se va a acordar de ella? Señora Iris, señora Iris. Son voces que inventa,  ¿o la llaman? ¿o las escucha? Miran al perro y le hacen muecas de simpatía, le acarician la testa. A ella ni la ven. Es plana. Transparente. Vacía. Piensa.

Un silencio irreal se retuerce en las calles. Gatos erguidos y arrogantes pasean prepotentes. El perro los contempla, celoso, con ganas de correrlos; él está prendido a una correa.
Regresa. La casa vacía, grande, muda. No llama la atención. Ahora que Luisa se va quedarán las paredes, el reloj despertador, el malvón en la maceta negra. Y el silencio. Y algunas fotos que se irán poniendo rancias. Como ella. No se queja. Piensa.

El barrio está callado y triste. Todo abandono, soledad, casas con angustias, y gatos. Gente que habla sola. Luisa se va al Canadá. Es joven y tiene aprensión. Hay un sólo espejo en la casa; trastoso, inservible. Ella pasa de largo; ni recuerda la cara que tiene. ¿Para qué? Sabe que fue, que ya no es.
Algunas paredes están despintadas, el revoque flácido, los pisos gibosos. Se siente como un espectro desafinado. Cosas raras esas cosas. El sol no calienta: no es como antes cuando siempre había rayos tórridos. ¿En Canadá habrá sol para Luisa? No sabe si Luisa sigue siendo su Luisa. No le importa. Cristóbal Colón no descubrió Canadá. Piensa.

Luisa soñará en Canadá y la Señora Iris llorará su ausencia; las habitaciones vacías, los estucos crujientes, la jaula con el canario muerto, la ternura desgranada. Se va a Canadá, Luisa; lleva una valija de cartón, sus entrañas, las caricias en la memoria. Le deja la soledad, el perro. Y el zaguán sin la bombita de cuarenta watt’s.
Hay en el cuarto rectángulos claros; señales de algo que tuvo vida y ha muerto. La mancha en la pared. Y la cama y la colcha que conservan, aún, la hendidura tibia de las formas de Luisa. La tierra da vueltas sobre su eje pero el tiempo se detuvo. Piensa.

La vieja parra se va secando. Está sola, la vivienda parece un nicho; la Señora Iris, el perro y el viento que da la vuelta. Y Luisa viaja a Canadá. Se cortó el cordón umbilical. Ahí quedó la casa: y la cama solitaria. Luisa y Canadá. El silencio tan penetrante. El vacío que duele. Las paredes despobladas, la pena que deteriora. Y dentro del alma, soledad y memoria. Dúo a dos voces. A capella. Piensa.

Vislumbra la ranura del buzón. Remoto, árido, hueco, disponible. Una espera que la acalambra. No hay cartas. Luisa está en Canadá. ¿Estará realmente allí? Dos líneas paralelas que nunca se van a encontrar. Tampoco en el infinito. El viejo atlas descompajerinado, marchito, como las hojas marrón terroso de la parra. Busca Canadá, las ciudades y los ríos, los bosques y sus lagos. Allí vivirá Luisa mientras ella espera. La tierra es plana, sabios de Salamanca. Como el mapa. El tiempo transcurre. Sigue paseando con el perro y la correa. Los gatos acechantes contemplan con ojos mordaces: apabullan, atemorizan. Malditos.
Ve a la mujer de los otros días. Una sombra. Como ella. Tal vez más alta pero igual de esmirriada. ¿La hija estará también en Canadá? Tal vez ¿O tal vez sí? Piensa.

El barrio vacío. Ausencias que dan pena. Andan juntos el perro con la correa, los ruidos invisibles, las parecitas desastradas, el viento que da la vuelta.
Luisa no está. Se fue a Canadá. Los vecinos, las criaturas, los viejos, también se van. Al silencio, a la nada, a la bóveda celeste; o a la cruz del sur. No a Canadá.  Es triste, es un pecado. Piensa.
Irse del barrio es como morir; abandonar los malvones, el helecho, dejar desamparadas las cuatro letras que garabateó Luisa con su voz cuando era pequeña, eme/a/eme/a.
Y no, no pensaba entonces irse a Canadá, barrunta la Señora Iris. Sus ojos, tiesos, puestos en la casilla. Pasea menos; casi no sale. El perro ha envejecido, la correa colgada, inútil. Hay sombras de día y tinieblas de noche. Planeta globo, cretino.
No se levanta. Permanece tumbada sobre el sillón frente al zaguán. Ya no ve con nitidez. Advierte la punta del sobre y algunos colores. ¿Señuelo? ¿Será la carta de Luisa y ella no podrá leerla?. Piensa.
Arco iris, fuegos artificiales, granizo, lluvia de meteoritos en el vértice de un sobre. Y en el sobre que ella no podrá leer dirá: Señora Iris, Su Perro y El Viento Que Da La Vuelta. Será de Luisa que está en Canadá. Estrujada en un mapa de papel plano, sabios de Salamanca... Piensa.
 Hora de irse del barrio. Es como morir, ¿no? La Señora Iris, el Perro y el Viento que da la Vuelta. Piensa.
Última Vuelta. ¿Y Luisa? Luisa está en Canadá/ y ya no volverá. Piensa                                                                

                                                                    

                 Andrés Aldao



7 comentarios:

  1. Abandonar los malvones, dejar las paredes que guardan el recuerdo, no abrir una carta, y el "viento que da vuelta" nos devuelve aquello que somos, nuestra propia construcción.
    Tenso y dramático relato.
    Gracias Andrés,
    Ofelia

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  2. Con una estética literaria se plantea el desarraigo, la nostalgia, la soledad y el dolor que impide abrir una carta, dolor que se transmite al que lee y que impacta el ánimo, Carlos Arturo Trinelli

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  3. La carta despierta la fragilidad y el desgarro de la protagonista y ahonda su estado de extrañeza en el que vive, donde los objetos y las personas han cambiado de lugar.
    Nuevos planos verbales, otra forma de expresividad y una gran visceralidad en esta ficción sobre la realidad exílica.
    Excelente, Andrés.
    MARITA RAGOZZA

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  4. Que elíptica sencillez para redefinir al vacío, a la ausencia y a la soledad entrañable de una hija...para una mujer que, además, sufreel advenimiento de la vejez. Un cuento muy atrapante!!!!Gracias!! Susana Macció

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  5. El relato me acompañó por ese recorrido sentimental que tiene que ver con la soledad, que se manifiesta en la madre que está envejeciendo y todo cambia cuando la mente se vuelve más lenta y añorativa.
    Vidas, desarraigo y el perro fiel.
    Abandono la tristeza primera y me quedo con la satisfacción del relato que atrapa. Muy bueno, Andrés, muy bueno
    Betty Badaui

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  6. Un relato donde el principio y el final se tocan cerrando magistralmente la redondez del relato sin dejar de presentarnos el deterioro y el paso de los años que carcomen los lugares físicos y la vana vida. Pero intimida ver la verdad.
    Exelente

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  7. Sra Iris y su perro, viento que da la vuelta, parece ser palabras claves para este magistral jeroglífico que es la vida y que tan bien lo relata el autor.
    Un abrazo fuerte.
    amelia

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