domingo, 13 de mayo de 2012

Sonia Figueras



Sonia Figueras

suerte

La palabra suerte fue una de las primeras que conoció de pequeño. “Qué suerte tiene este niño, tan lindo, blanquito y gordo, come bien, ¿no? Con nueve meses camina, qué suerte”. Y la incorporó a su vida. Dionisito tenía suerte. Así dijeron. Detentaba la suerte de haber nacido en una familia acomodada, habitar una casa lujosa, tener padres que lo querían y mimaban, hermanas para quienes era un chiche más entre la inmensa cantidad de juguetes que disfrutaban.
Creció único varón en medio de hermanas y primas. ¡Todas mujeres! decía él.
Desde niño veraneaba en la quinta La Mare, propiedad de los abuelos. Ya adolescente en vacaciones eran continuas las fiestas de disfraces disputado por las chicas para bailar con él o imaginar en secreto la idea de ser la preferida o la noviecita.
 Paseaba en la berlina ataviada de flores por esas niñas ricas vestidas de encajes y moños para los carnavales. Dionisio alternaba el año con la escuela secundaria y los veraneos en la quinta, por lo que sus compañeros le hablaban de la suerte de gozar de vacaciones.
 Suerte también arguyeron al recibirse de contador y trabajar en la empresa familiar. Incursionaba en el deporte, y sus éxitos con medallas le conferían la exclamación repetida por años, ¡qué suerte tiene este hombre!.
Él argumentaba que su vida contaba con sucesos afortunados y otros desafortunados. Con eso trataba de dar por terminado el tema de esa suerte que se le adjudicaba desde cualquier ámbito.

Comenzó a declinar su suerte con el matrimonio que no coincidía con ésa, su suerte. Aburrido y sin salidas que le importaran se, hizo amigo de un empleado llamado Rolando Conte en la empresa y Rolo de entrecasa. Empezó a frecuentar a Rolo. La primera salida fue una copa en un boliche. Dionisio no conocía boliches. Cafés, restoranes, confiterías, sí. Boliches, no. Le gustó su compañía y volvió a aceptar su invitación de ir a bailar.
- Mirá que sos suertudo, Dionisio. Mis amigas Margarita y Estela  quieren ir a la academia y no tengo quien me haga gamba.
-  ¿Gamba? ¿Cuál academia? contestó Dionisio.
-  Me olvidaba que sos un fifí. No conocés nada. Sos medio abacanado, ¿eh?
- Abacanado no, Rolo. Me asombra lo de gamba y te pregunto qué Academia. Me hablás raro. En la oficina no conversás así. Gambas sé que se les dice a las piernas, Por Academia no sé a cuál te referís.
- Un bailongo, pibe Y gambas, se dice que es gamba cuando te hacen compañía. ¡Mirá que sos un iniciado! Vamos a ir a un bailongo que ni te imaginás. Es un lugar medio canyengue, pero te va a gustar. Por lo menos como novedad. Parece que no estás al tanto de la noche de Buenos Aires.
Y así fue. Se encontraron en Corrientes y Reconquista con las dos mujeres. Se siente medio estúpido, fuera de lugar y bastante desubicado. Es evidente que no sabe cómo salir del paso. Pero sale. Guarda silencio. Y el asunto le gustó.

Deja pasar quince días y retoma las salidas que se hacen quincenales, con la mirada reprobatoria de su mujer que no cree los pretextos  elaborados para cada salida.
El caso es que el fifí de Dionisio se fue convirtiendo en un calavera que se banca batifondos y lunfardo.
Se enamora de Margarita. Todos en el bailongo empezaron a considerarlo suertudo, porque dicen, Margarita es una chirusita de diez y pensamos que le caés bien.
Se enamora de tal manera que su vida toma otro cariz. A veces se pregunta dónde estuvo metido que no descubrió la magia con que lo atrapa el tango. Ese milagro del dos por cuatro que lo emociona.
Se fue separando de su mujer hasta la definición en un divorcio, aunque continua en la empresa con la aceptación y presencia permanente de su padre que sabe cómo acompañarlo. Dionisio puede contarle el placer que siente cuando baila con Margarita y cuánto  la ama. Le confiesa que es una muy buena muchacha, distinguida por su gracia, hermosura, excelente compañera de baile y que la ama profundamente.
La noche en que en la academia de San Telmo apareció en la tanguería un chamuyeta, personaje nuevo, comienza a cambiar la suerte de Dionisio. El individuo cabecea a Margarita, cosa a lo que ella se hace la distraída. Se considera la mujer de Dionisio. El taita, porque lo era, se le va encima a Dionisio que no lo ve venir.
De ahí, la cana, confesá te digo, un cachiporrazo y queda adentro hasta que aparece su padre. Sale de la comisaría, magullado, lastimado en el cuerpo y el honor.
Se pregunta si para defender su amor debería ser a fuerza de golpes. El amor de Margarita le da un valor que jamás pensó que pudiera tener.
 Pasaje Chávez. Voy bien, dijo. Zona de conventillos. Camina con pasos que le suenan extraños. Invierno crudo. Le arden las mejillas por el frío.
 Un tipo parado en la esquina, un ejemplar delgado como junco flexible de pajonal le llama la atención. Es el chamuyeta del bailongo, con su pantalón ceñido que tornea sus piernas medio chuecas. El sombrero de ala tapa la cara al esquive del tiempo y la vida.

Fisgoneé desde la esquina. Soplón experimentado, espié. Divisé bigotes, las caras, no. Imposible desde la distancia.Dionisio calcula el trecho de reojo y lo cala bien calado. El otro le echa un vistazo con mirada sobradora. Al novato le da inquietud… y toma coraje. Ahora o nunca, se dice, mientras la faca como céfiro que aprendió a llevar consigo entra en el cuerpo del otro Vocinglería, corridas, ruido de persianas se abren, cierran. Un concierto disparatado.        Con la sirena viene el móvil policial.

Ese día se le termina el tarro, la suerte, al suertudo de Dionisio Peñalba.
      Me voy silbando bajito.

1 comentario: