sábado, 12 de mayo de 2012

Teresa Del Valle Drube Laumann



Teresa Del Valle Drube Laumann 

Escritora, dibujante, pintora.  Autodidacta, nacida un 6 de Diciembre en la Provincia de Tucumán,  República Argentina."

El viejo Muruaga...

comenzó a  caminar en círculos, con la certeza del que sabe adónde va.  Los pasos –firmes, seguros- en cada  vuelta lo alejaban del centro, su punto de partida, mientras las iba numerando:
---...siete...ocho... nueve... diez...
La voz, monótona y cascada, crecía en el silencio de la noche, estremeciéndose en los aullidos lejanos que el helado viento recortaba arrojándolos como sórdidos puñales en su avance lúgubre, impiadoso, esparciendo semillas de miedo que florecían en sombras que se entreveraban en movedizos bultos tenebrosos.
Los demás –“nueve hombre´  emponchao´  de negro de pié a cabeza”- de acuerdo a  sus indicaciones, cual  callados espectros observaban parados a su  alrededor  con la expresión ausente del que no cree.
El viejo Muruaga llevaba el largo lazo arrollado en la mano izquierda en tanto que en la derecha  sostenía el nudo.  Los círculos que dibujaban sus huellas sobre la tierra barrosa eran concéntricos, con la precisión de un instrumento geométrico.
Una luna de hielo alumbraba el páramo, creando imágenes en contraluz, inciertas, con un dejo irreal de eternidad.
---...ventiocho...  ventinueve...
Sólo su voz y su respiración jadeante, de fuelle viejo y herrumbrado, cortaba el silencio de la medianoche.
Al finalizar cada vuelta, los ojos de los espectadores se dirigían al centro del cual partiera el viejo. Una chispa de temor nacía y moría en un instante en sus rostros tallados en algarrobo, con el cincel del Pampero y el lustre del agua y del sol.
Inconmovible,  Isidoro de Todos los Santos Muruaga, continuaba con su  caminar alejándose cada vez más del lugar marcado  con tres piedras:  una blanca, una negra y una roja, formando un triángulo equilátero, cuyos vértices apuntaban a los tres triángulos –equiláteros también -- que conformaban los nueve hombres-testigos, separados por una distancia de treinta y tres pasos entre cada grupo, los que se encontraban rodeados por un sorprendente círculo de perfección inexplicable, excavado en la tierra y que ninguno de éstos sabía decir si lo trazó el viejo Muruaga o si estuvo allí desde siempre.  El círculo y las misteriosas piedras, ¿desde qué arcano punto en el laberinto de la memoria humana habían llegado, para presidir esta noche...?
La vigilia se hallaba poblada de presagios, como si alguna extraña presencia se hubiera apoderado de su misterio, transformándolo en vahos preñados de diuturnidad y silencio.  La inquietud afilaba sus garras dentro de los asistentes, acentuando con cada nuevo giro una percepción –que no podían precisar a qué atribuir- que les hacía arrepentir  de encontrarse allí.

Todo había comenzado en el bar del pueblo, con un ludibrio nacido por el tema de la incalculable edad del viejo. Entonces él, cubriendo las carcajadas y chanzas con su  apagosa voz de entrecortados sones, los había retado:
---...a los nueve macho´  que´l viernes catorce, a las doce de la noche en punto, se animen conmigo.  El vierne´ cumplo año´  de nuevo... ¡ni yo me sé cuánto´  ya! ---rió socarrón--- pero así van a aprendé  cómo si hace pa´ vivi´má.  Pero, ¡ojo! Que´ sto nué pa´cagone´ ¡carajo!
Los ojillos, dos charcos descoloridos girando en unas órbitas enrojecidas y amarillentas, brillaron siniestros, mirándolos uno a uno con un belfo prepotente cruzándole las cuarteadas mejillas del color de la tierra reseca de su pago.
Las risas y burlas fueron bajando de nivel y las miradas esquivas, de soslayo, se multiplicaron.  Todas las gargantas se secaron de golpe.  Más de un vaso huyó despavorido hacia las entrañas, buscando el abrigo que le brindaban las revueltas tripas.
 ---Nueve machos, si es que quedan en el pueblo, emponchao´ de negro de pié a cabeza.... Que no se les vea ni las mano, ¡carajo!
Envalentonado ante el retroceso de los parroquianos, gritó:
---¡¿MA ´BE?!  ¿¡Quién viene conmigo!? ¿Es que nadies quiere aprendé cómo se hace pa´llegá a tan viejo...? ¿¡Y!?  ¡¿Qué pasa?! ...acaso no quedan más que gallinas por  aquí...
De a uno por vez, los nueve más orgullosos se fueron acercando de a poco a la menuda figura parada en el medio del salón y sellaron en silencio el trato.
--- El vierne catorce, poco ante de la´doce de la noche, lo´ quiero a lo´nueve... ¡y a nadies más! Totalmente vestido´ de negro, junto al portón de los Noriega, que´s la última finca del pueblo.  De áhi se vamo´a ir adonde yo me sé, a hacé lo que van a vé... ¡y de paso, a aprendé, carajo! ¡Ah, me olvidaba...! dende que se encontremo´ hasta  que se separemo´, nadies pronuncia una sola palabra, si quiere salí  vivo. ¿Está claro, no...?

Mientras hablaba, iba retrocediendo hacia la puerta, mirándolos uno a uno directo a la cara, como midiéndoles el coraje.  Las barbas y las crenchas descoloridas, con una pastosa mezcla de grises y amarillentos pelos raleando en un largo desparejo, cobraban un inquietante aspecto bajo la débil luz de los escasos fluorescentes.  El olor a rancio del lugar se hizo más notorio.
Alguien quebró el hechizo al rato que desapareció:
---  Viejo y loco...  ¡vamu´ í a reyirno´ un poco...  ¡Ma´bé qué hace!
Primero respondió un rumor; luego estallaron las risotadas burlonas que treparon la callecita y subiendo en cascadas alcanzaron al viejo, tocándole la doblada espalda.  Este se volvió lentamente, brillándole las pupilas en la oscuridad y, con una terrible mueca, dijo entre dientes:
--- Ya van ´aprendé...  Ya van ´aprendé cómo se hace un viejo...
Se cruzó el desgastado saco de indescriptible color cerrando las solapas alrededor  del encogido  pescuezo y, lentamente, fue fundiéndose en la penumbra recortada por algún foco macilento que tiritaba colgado de un alambre en las desiertas esquinas, sacudido por las rachas caracoleantes que danzaban alejando y acercando las desdibujadas sombras.
---¡Treinta y tré! -–gritó de pronto--- ¡Treinta y tré!  ¡La edá  del Señó!  ¡¡Del Vencedor de la muerte!!  ¡...Y en su Santo Nombre, yo te vuelvo a vencé, maldita!  ¡¡Muerte a la maldita muerte, en el nombre del Señó!!
El lazo, arrojado con fiera destreza al centro mismo de la espiral que había formado con sus pasos, ahorcaba a una vieja harapienta que se debatía furiosa, surgiendo de la nada en medio de las tres piedras.  De su retorcido cuerpo brotaban fantasmagóricas  imágenes que intentaban liberarla y destruir cuanto se hallaba a su alrededor,  no pudiendo –por la fuerza del hechizo- alcanzar al viejo que reía histéricamente.
Los asistentes miraban aterrados, sin fuerzas para gritar y, despojados del último vestigio de incredulidad, emprendieron la huída para cualquier lado, sin animarse a emitir un sonido, presionados por la advertencia del viejo Muruaga de no hablar para poder salvar la vida.
Las carcajadas del viejo tapaban el sonido de la desbandada en que se atropellaban los testigos, tropezando y cayendo por la prisa en alejarse del lugar y los espantosos chillidos de la vieja y de su escatológica cohorte, que hacían vibrar la noche, creando vendavales que enredaban las oscurecidas melenas de los sauces, y doblarse buscando refugio a los altivos y lánguidos cipreses.
---¡Por cien años más!  ¡Por cien años más, maldita...!  ¡Por cien años más no vas a poder conmigo! ¡Con el viejo Muruaga, ni la muerte puede, carajo! 

4 comentarios:

  1. Excelente Tere esta, tu minuciosa descripción de la lucha con la muerte. Todos en este sentido somos un poco Viejo Muruaga. Algunos, más obstinadamente. Felicitaciones.
    Graciela Ur.

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    1. Mil gracias, querida Gra. Es una alegría enorme que ya estés por acá. Te quiero mucho, amigaza.
      besotes

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  2. Como dice Graciela todos sentimos que cada día le ganamos a la muerte. Me encantó el relato y su prosa. Muy bueno felicitaciones.

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  3. Teresa qué linda estás en esa foto. Un placer encontrarte con este relato, cuando nos conocimos en San Luis hace unos años, leí la plaqueta que me diste y ahí nomás, se me quedó grabado que eras una interesante poeta y ahora este otro costado de lo literario que habla igual de vos. Un abrazo

    Lily Chavez

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