martes, 30 de octubre de 2012

Cristina Pailos





Los libros, las traducciones y yo

Por Cristina Pailos



Siempre he leído mucho pero en la adolescencia los libros fueron una adicción muy fuerte.  Le pedía dinero a mi padre y salía para la librería, la famosa Casa Rey, en plena calle San Martín, hoy peatonal, aquí en Mar del Plata. Casi siempre tenía que regresar en taxi porque no podía con el cargamento. También iba a la Biblioteca Municipal pero como sólo prestaban cinco libros cada quince días no tenía mayores problemas con el acarreo.
        Con el tiempo pensé que en esos años de mi vida –difíciles para todos-  deseaba profundamente vivir situaciones, experiencias y hasta conflictos que por el tipo de disciplina y códigos familiares no  creía que me pudieran llegar a ocurrir salvo que estuviera dispuesta a serios enfrentamientos para concretarlos. Y algo de eso ocurrió tiempo después.
        Recuerdo que me metía de tal manera en las historias que éstas terminaban afectando seriamente mi sensibilidad y si se trataba de alguien enterrado vivo o que se trasladaba de un lugar a otro por las cloacas de Paris como Jean Valjean en Los Miserables, yo sentía que me asfixiaba. No podía respirar allí abajo. Quizás fue entonces cuando aparecieron los ataques de asma que el tiempo y la vida real con todas sus alternativas se encargaron de hacer desaparecer. Años oscuros de terror en el país me curtieron de momentos asfixiantes.


        No sé si leía bien o mal. Creo que no era muy crítica porque cuando más tarde volví a leer algunos de aquellos libros noté que  había pasado por alto muchísimos aspectos importantes. Sin embargo, sacaba algunas conclusiones. La literatura y el conocimiento universal nos llegaba a través de traducciones. Quienes se dedicaban a esa tarea, para mí eran dioses, semidioses o genios. Como sería pensar en dos idiomas al mismo tiempo con tanta perfección y además percibir la sensibilidad y las culturas diferentes de autores, personajes y por supuesto, de los lectores. Cómo podían interpretar el humor, el doble sentido y hasta traducir juegos de palabras.
Sólo gracias a esos talentosos políglotas me había podido meter en la piel de La Dama del Perrito de Chejov y andar  por las calles de Yalta con el amor desbordante y los prejuicios, inseguridades y contradicciones que me parecían conocidos.
        Entraba y salía a través de una puerta mágica de doble hola pero  de un solo idioma y donde no contaban las distancias geográficas o culturales. Sin moverme de mi dormitorio o desde un banco de plaza o en la playa, sonreía, lloraba, me enfurecía junto a los personajes, me movía ardiente de placer o yo misma me provocaba una especie de rigor mortis para experimentarlo y al mismo tiempo llorar mi propia muerte. (En aquella época no se sabía mucho de alucinógenos así que para los estados alterados era cuestión de tener facilidad natural o no tenerla).
         Pero al mismo tiempo no ignoraba los tiempos y espacios que me separaban de los personajes. Me empezaron a surgir algunas dudas: ¿Estarían bien hechas las traducciones? ¿No habría modificaciones o distorsiones al pasar de un idioma a otro? Los sabios traductores ¿siempre adivinaban las intenciones del autor?
         Un día, en la antigua biblioteca de Mar del Plata que entonces no tenía un edificio propio y funcionaba en uno de los pisos del Palacio Municipal, encontré una versión en italiano de Martín Fierro: nuestro poema nacional en italiano. Lo abrí curiosa, a pesar de no saber italiano- ni entonces ni ahora- y empecé a leer algo así:
“Incommincio qui a cantare pizzicando la mandola...”
(Aclaro que no recuerdo las palabras textuales y tuve que reproducirlas ahora con la ayuda a veces bastante dudosa del traductor de Google)
         Se me escapó una risotada que estremeció el silencio litúrgico de la biblioteca y perturbó los rostros de feligreses adormecidos por incienso inexistente. Todos enfocaron sus miradas hacia mí como reprochándome el sacrilegio. El jovencito que llevaba, traía y acomodaba libros, me preguntó si me pasaba algo. Roja de vergüenza le dije –No, disculpá. Es que me causó risa imaginar a Martín Fierro hablando en italiano.
        Como monaguillo ceremonioso y carente del don de la gracia no participó de mi simpático descubrimiento. Me miró y buscó cómplices a su alrededor, como diciendo:- No se puede evitar que de vez en cuando caiga por aquí una bestia como ésta.
Empecé a sospechar de las traducciones, aunque por supuesto, seguí leyendo. La experiencia de Martín Fierro ahora me hacía pensar que un Fausto alemán tenía que ser más Fausto y sólo un Hamlet inglés podía blasfemar desde sus entrañas inglesas contra su madre y su tío.
         Con el quijotesco propósito de no leer traducciones, empecé a estudiar idiomas imbuida de un delirio fanático y al terminar el secundario ya me desenvolvía bien en inglés, francés y alemán. Pronto llegué al convencimiento de que mis molinos de viento no eran desaforados gigantes y tendría que seguir leyendo traducciones porque son muchos los idiomas del mundo. No se puede avanzar en ese terreno babélico .
        El tiempo siguió fluyendo, más rápido de lo necesario para mi gusto, y puedo asegurar que desde entonces hasta hoy he leído traducciones excelentes. Muchas de ellas realizadas por hombres de letras de elevadísima cultura. En Buenos Aires tuve oportunidad de estar en la casa de la hija de León Mirlas, el traductor preferido por el dramaturgo estadounidense Eugene O’Neill y tuvimos una conversación muy interesante entre documentos, cartas, fotos y evocaciones y desde un portal estadounidense en Internet pude leer algunos de los diálogos epistolares entre O’Neill y Mirlas. Fue interesante conocer el trabajo permanente entre un escritor y su traductor para lograr un trabajo sin fisuras o con la menor cantidad de fisuras posibles.
        Pero los problemas y las dudas sobre las traducciones lejos de disminuir, se acrecentaron y se le sumaron otros interrogantes. 
  No entiendo a los españoles. Por un lado, la Biblioteca Cervantes publica con orgullo que el español es uno de los idiomas con más hablantes en el mundo, pero por otro lado, creo que ignoran sistemáticamente que ese idioma no se habla de la misma forma en todo el ámbito de los hispano hablantes o bien no ignoran las diferencias pero están convencidos de que el verdadero español es el de la Empresa Telefónica, Repsol y otras tantas. Y con ese criterio   son muchas las traducciones que vienen de España. Me cuesta mucho prestar atención a dos cow-boys conversando mientras cabalgan en el desierto de Arizona:
- Coño. En mi puñetera vida he visto un gilipollas como tu-
-¿Que dices? Pues que mala uva tienes, tío

        Pero la necesidad de utilizar un nivel más neutro y cuidado en el uso del idioma que tantos hablantes compartimos  es sólo uno de los reclamos en cuestión. Creo que desde que las editoriales globalizadas dejaron, en general, de tener la dignidad que alguna vez tuvieron y el orgullo de descubrir autores o celebrar a los consagrados, todo empeoró.
        No sé cuándo pero un día nos despertamos y encontramos que las Editoriales eran fábricas globalizadas cuyo dueño no se sabe quien es ni donde reside y que sus representantes en los países son monaguillos obedientes sin el don de la gracia que direccionan el libro de acuerdo con las necesidades de la liturgia del mercado .
        El libro es ahora “el producto” no sólo para sus fabricantes sino que también algunos hombres de letra y del arte llaman de esa manera a un libro, una película, una composición musical. Sería perdonable, digamos, si el producto fuera de calidad  pero nunca con los esperpentos que a menudo se encuentran .En un texto que lamentablemente no recuerdo y en consecuencia no puedo reproducir textualmente, los personajes se encontraban abordando un tema serio y de pronto uno de ellos hace una acotación con especial énfasis. Su interlocutor responde -No es mi taza de té. Quienes saben inglés reconocen en la expresión it is not my cup of tea una expresión idiomática que quiere decir no es algo de mi interés o no es algo de mi agrado. ¿Y los que no saben inglés? Pueden llegar a convencerse de que algo les está ocurriendo y no comprenden lo que están leyendo. Pobres lectores hasta quizás piensen que les está llegando el Alzheimer.

         Hace tiempo que existe la carrera de traductor, hay Colegio de Traductores, cursos de capacitación. No pongo las manos en el fuego por la cultura general de todos, pero al menos tienen el conocimiento técnico como para saber qué hacer con “la taza de té”.  Cuando aparecen semejantes déficits tengo que suponer que “las fábricas de libros” no quieren gastar en honorarios respetables como merece un profesional para una tarea nada sencilla como ésta. En su lugar contratarán a alguna eterna estudiante de inglés ,  y con la misma cantilena de siempre saldrá una secretaria para darle unos miserables pesos cada cien palabras , por supuesto,  independientemente de las dificultades que pueda ofrecer el texto.
  Y tenemos que seguir leyendo traducciones. Tengo esperanza de que las nuevas editoriales pequeñas de nuestro país nos revelen un mundo de letras no tan “puñeteras”

7 comentarios:

  1. Las traducciones ¡qué tema! Hubo una famosa editorial ya desaparecida que tradujo a los rusos del francés al castellano, es decir, leíamos la traducción de la traducción. El tema abarca a que no alcanza con saber o dominar el idioma a traducir sino en conservar la estética propuesta por el autor. Las mejores traducciones han sido aquellas realizadas por escritores.
    Celebro el humor en el tratamiento del tema y ya mismo traduciré "puñeteras" al menos la ñ es vernácula, saludos, Carlos Arturo Trinelli

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  2. Si Cristina, a todos nos toca este tema ya que, por mi parte viviendo en el exilio, en un país cuyo idioma no tiene ningún punto de contacto con el castellano, pienso en el tema todo el tiempo que tardo en terminar un libro en hebreo. Muchas veces me pregunto cómo se dirá tal palabra en español y aunque entiendo perfectamente el sentido de la frase no puedo seguir hasta que no la busco en el diccionario. Me gustó mucho tu artículo y no puedo evitar el recuerdo del "traductor" de google que puede llegar a ser una verdadera broma pesada.

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  3. Incluso en Buenos Aires toda la literatura que leíamos, los libros y tratados políticos, incluidos la literatura pulp, o las obras de autores más conocidos eran producto de traducciones, y en la tarea de traducir existe el factor subjetivo y la amplitud del lenguaje del traductor, su vocabulario y la capacidad en el uso de los sinónimos. Ignoro cuánto daño me hicieron las traducciones baratas, pero noto una diferencia abismal entre leer obras de Juan Marsé. Muñoz Molina, Eduardo Mendoza, Marías Vila Matas en su español autóctono, y leer a autores rusos o ingleses mencionar a los "gilipollas" que "aparcan" en el bulevar. Tema múltiple que Cristina encara con sapiencia y humor.
    andrés

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  4. Cristina , he leído con atención tu artículo y me he sentido identificada . Yo también leí desde pequeña , mi madre era la Dire y me decía este libro no , y era el primero que leía de tal forma , recuerdo, una noche , luego de leer "Tereza Raquin " no pude dormir.
    También el cura le decía a mamá este ( Victor "Higo" ) Para la niña , no ,de ese modo fueron los rusos que también me marcaron.
    Acuerdo con tu análisis , pero por el momento no nos queda otra.
    También he escuchado que aquellos que no saben español , tienen seria dificultades de traducción.
    Gracias Cristina , ah , y gracias , también por pasar por mi poema y dejar tu huella. Saludos.

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  5. Cristina muy bueno el artículo, tu sentido del humor nos salva y te salva de las malas traducciones y me imagino de muchas cosas más.Me encantó conocer tus experiencias e lectora. Esas lecturas habrán afllado tu inteligencia y tu sensibilidad que hoy disfrutamos.


    Cristina

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  6. En esta Babel del mundo, los traductores nos abren de alguna manera las letras de otras lenguas. Entonces, los traductores deben ser responsables y dentro de la fidelidad superar las diferencias idiomáticas.
    Por supuesto que los sonetos de Shakespeare leídos en inglés,son más puros.
    Es cautivante, Cristina, la reseña de tu vida signada por las lecturas.
    Cariños
    MARITA RAGOZZA

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  7. Muchas gracias a todos por sus comentarios. Si la Biblia es resultado de múltiples traducciones queda un poco de duda sobre si ciertos principios morales no habrán sido una mala interpretación. Me dan ganas de llorar si pienso que generaciones y generaciones vivieron con remordimientos por pecados de traducción.
    Un abrazo
    Cristina Pailos

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